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Cerro

Viene un sonido de bocinas
del ribazo escarpado,
desciende hacia el mar
que tremola y se abre para acogerlo.
Se hunde en la ventosa garganta
con las sombras la palabra
que la tierra disuelve sobre los rompientes;
se olvida el mundo y puede renacer.
Con las barcas del alba
despliega la luz sus grandes velas
y la esperanza halla cobijo en el corazón.
Pero ahora está lejos la mañana,
huye el claror y se concentra
sobre eminencias y frondas,
y todo es más recogido y más cercano
como visto a través de un ojo de aguja;
ahora el fin es seguro,
y si calla también el viento
sientes la lima que sierra
perseverante la cadena que nos ata.

Como un musical derrumbe
se despeña el sonido, se aleja.
Con ello se dispersan las acogedoras
voces de las secas
volutas de las grietas;
el gemido de los declives,
allá entre las vides que los lazos
de las raíces estrechan.
El cerro no tiene más caminos,
las manos se aferran al ramaje
de los pinos enanos; después tiembla
y mengua el resplandor del día;
y desciende un orden que libera
desde los confines
las cosas que ahora ya
sólo piden durar, persistir
contentas de la fatiga infinita;
un chorro de pedrisco que desde el cielo
se abisma en las orillas...

En la tarde apenas desplegada, se oye
un alarido de cuernos, una destrucción.


(Eugenio Montale, Ossi di seppia; "Clivo".
Traducción par F. Ferrer Lerin;
Alberto Corazón Editor, Madrid, España)