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Egloga

Perderse en el gris undoso
de mis olivos era bueno
en el tiempo ido—locuaces
de alborotadores pájaros
y de cantantes arroyos.
Hundía el tacón
en el suelo agrietado,
entre las laminillas de plata
de las delicadas hojas. Inconexos
nacían en la mente los pensamientos
en el aire de excesiva quietud.

Nada queda ahora del cerúleo jaspeado.
Se lanza el pino doméstico
a romper la grisura;
arde un retazo de cielo
en lo alto, una telaraña
se rasga al pasar: se libera
entorno una hora malograda.
Surge un chirrido de tren,
no lejos, aumenta. Un disparo
se quiebra en el vidrioso éter.
Resuena un vuelo (*) como un aguacero,
ventea y se desvanece quemado
un brazado de tu amarga
corteza, suplicante: lejana
una jauría furibunda estalla.

Pronto podrá renacer el idilio.
Se ha recompuesto la fase que del cielo
depende, brotan de nuevo
ligeras cintas...;
las cañas del judiar
están envueltas por ellas.
No sirven ya las rápidas alas,
ni ayuda el propósito osado;
sólo perduran las solemnes cigarras
en estas saturnales de la canícula.
Va y viene un instante en la tiniebla
una figura de mujer.
Ha desaparecido, no era una Bacante.
En el atardecer cornea la luna.
Volvíamos de nuestros
vagabundeos infructuosos.
No se notaba ya en la faz
del mundo el rastro
del largo frenesí
de la tarde. Turbados
descendíamos entre las zarzas.
En mi tierra en esa hora
comienzan a silbar las liebres.



(Eugenio Montale, Ossi di seppia; "Egloga".
Traducción par F. Ferrer Lerin;
Alberto Corazón Editor, Madrid, España)