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El humor grave y áspero de un poeta
Por Horacio Armani

En Imágenes de Eugenio Montale (Sudamericana), el escritor argentino Horacio Armani destaca, en un ensayo inédito del que se brinda un anticipo, la tendencia del premio Nobel italiano a considerar la vida y los hechos literarios con una irónica y escéptica sonrisa que, a veces, podía llegar hasta la burla socarrona

Entiendo que el humor no sólo es algo que pueda hacernos reír de buena gana; también es una referencia crítica, una demostración por el absurdo, una reflexión que caricaturiza el pensamiento o la vida contemporáneos. Y de ello está infiltrada esta poesía última de Montale, crítico y lúcido testigo de un mundo que no ofrece sino contrastes de esplendor y de miseria.
Ya nos referimos a la falsa necrología periodística escrita por Montale para Hemingway. Y es singular que ese trozo de humor se traslade a la poesía. De algún modo, todo lo que Hemingway le sugería al poeta fue evocado años más tarde al aparecer su libro Satura. Hay allí una poesía sin título en la que Montale describe una visita realizada años más tarde, durante un ocasional viaje a Venecía, al autor de Por quién doblan las campanas. La acción del poema -y debemos en este caso hablar de acción- se inicia con los esfuerzos del poeta para convencer al portero del hotel, un joven que tiene orden de no molestar al huésped. Y así se nos narra la entrevista de los dos escritores: "El muchachón, locuaz portero servil a las órdenes,/ dijo que estaba prohibido molestar/ al hombre de las corridas y de los safaris./ Le suplico intentarlo; soy un amigo de Pound/ (exageraba un tanto) y merezco un tratamiento/ particular. Quién sabe que... El otro alza el tubo,/ habla, escucha, murmura y he aquí que/ el oso Hemingway ha picado el anzuelo./ Todavía está en cama; de la pelambre surgen/ sólo los ojos y los eczemas./ Dos o tres botellas vacías de Merlot,/ a cuenta de lo mucho que vendrá./ Abajo, en el restaurante, todos se han sentado a la mesa./ Hablamos no de él sino de nuestra/ queridísima Adrienne Monnier, de la rue de l'Odéon,/ de Sylvia Beach, de Larbaud, de los rugientes años treinta/ y los aulladores cincuenta. París, Londres: un chiquero/ Nueva York hedionda, pestífera. No más caza en pantanos,/ ni ánades selváticas, ni muchachas/ y tampoco la idea de un libro semejante./ Compilamos una lista de amigos comunes de los cuales/ ignoro el nombre. Todo está rotten, podrido./ Casi llorando me suplica no mandarle gente/ de mi calaña, peor si son inteligentes./ Luego se levanta, se envuelve en un albornoz/ y me pone en la puerta con un abrazo./ Vivió todavía algunos años y muriendo dos veces/ tuvo tiempo de leer sus necrologías."

Rara página ésta en que, quizás por primera vez, la entrevista con un personaje célebre se vuelca en un poema. Poema que condensa el humor montaliano: grave, irónico, humano, compasivo y amargo al mismo tiempo, del que puede extraerse una enseñanza y no solamente una mera burla.

A medida que va avanzando su creación en la vejez, aumenta el escepticismo de Montale. Tanto en el libro que le sucede a Satura, Diario del Ô71 y del Ô72, como en los posteriores Quaderno di quattro anni y el postrero Altri versi, la ironía, el humor y el escepticismo se van acentuando hasta constituirse en e1 tono primordial de esos libros. Tanto es así que a veces en vano buscamos un poema donde se manifieste íntegramente el lirismo puro que daba el tono a sus primeros e inolvidables libros. Y tan acentuada es la ironía y la burla en estos postreros años de la vida del poeta, que justamente el Diario del Ô71 y del Ô72 finaliza con una especie de testamento en el que se mofa tanto de sus lectores como de sí mismo. Se llama "Para terminar" y dice: "Recomiendo a mis herederos/ (si los hubiere) en materia literaria,/ lo que ya es improbable,/ que hagan una hermosa fogata con todo lo que atañe/ a mi vida, a mis actos, a lo que no hice./ Yo no soy un Leopardi; dejo poco a las llamas/ y es demasiado ya vivir al porcentaje./ Viví al cinco por ciento: no aumentéis/ la dosis. Demasiado a menudo, en cambio, llueve/ sobre mojado".

Ejemplos de este humor irónico se pueden encontrar abundantemente en los libros de su última etapa poética. En Altri versi, una recopilación de versos que el poeta dejó inéditos, se encuentran pequeños poemas, o más bien reflexiones versificadas, que transparentan una tesitura ante la vida, empapada por el humor socarrón, que era una característica del carácter montaliano. Veamos tres breves composiciones escritas casi como si fueran anotaciones de un diario. En la primera dice: "Se acumula la correspondencia/ sin contestar, sobre la mesa. Parece/ que soy muy importante/ pero no lo hice a propósito./ Dios mío, si fuera cierto/ ¿qué serán los otros?".

La segunda está referida a un tema que en cierta época cobró gran importancia y que ahora nos parece menos relevante porque ha pasado a ser cosa de todos los días: el de la comunicación. Montale escribe: "Comunicar, comunicación,/ palabras que si reviso en mis recuerdos/ de escuela no aparecen. Palabras/ inventadas más tarde,/ cuando vino a faltar incluso la sospecha/ del objeto en cuestión".

El tercer ejemplo es una anotación poética acerca de la semiología, esa ciencia de los signos que en determinado momento se enseñoreó de los estudios críticos que se realizaban en las universidades. Pienso que la aversión del poeta por este tipo de disciplina lo llevó a un extremo que roza lo escatológico: "El semiólogo es el mago/ que en un giro total/ abraza a todos los signos de lo visible,/ lo tocable, lo audible, lo husmeable/ y gustable."/ "Entonces, ¿también al afecto / de la sal inglesa?"/ "Sí, cuando lo expresable/ pase a lo expresado".

En Quaderno di quattro anni Montale escribió un pequeño poema que comienza: "Los poetas difuntos duermen tranquilos/ debajo de su epitafio/ y sólo tienen un sobresalto de indignación/ cuando un inútil escriba recuerda su nombre". Espero que el autor de Ossi di seppia me perdone por haber asociado una parte de su obra al humorismo. Quizás la idea en el fondo le agrade: el mundo de los hombres sólo podía perturbarlo desde una perspectiva justamente irónica. Otra era la dimensión de su problema, otro el desasosiego de su ser poético. Pienso que todo hombre de espíritu, todo creador que recorra los campos de la literatura, la poesía o el arte, alienta siempre en lo más secreto de su ánimo una llama en la que el humor enciende sus más vivos chispazos.

No hay artista, por más dramáticamente comprometido que esté con su arte y con la necesidad de plasmar en él su visión del mundo, que no conserve aunque más no sea una gota o una chispa de esa saludable manera de contemplar la vida que es el humor. Humor es lo que alentó siempre en Montale y ello no le impidió escribir algunos de los más patéticos poemas que pueden hallarse en la lírica italiana. Humor que fue una salida, un escape constante suscitado por su dramática manera de concebir la vida, el drenaje de un espíritu que había intuido quizás el nombre del "vacío que nos invade" y que nos dio una de las tantas visiones del misterio del vivir que poseen aquellos seres señalados por el destino o por Dios para hablarles a los demás hombres.

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Elementos autobiográficos circulan por los versos de Las ocasiones. Basta con leer "Estancias" o "Bajo la lluvia", poema este inspirado por una hermosa peruana y en el cual la imagen evocada se enlaza con los sonidos de un tango argentino que transmite un fonógrafo desde el patio: "Adiós muchachos compañeros de mi vida...". En el poema "A Liuba, que parte", que analizaremos más adelante, se evoca brevemente a una muchacha judía vista en la estación de Florencia cuando escapaba de las persecuciones raciales.

Parece casi natural que en una sensibilidad poética inclinada a la soledad las evocaciones de la infancia surjan de continuo. En la poesía de Montale el paisaje ligur, los juegos y correrías infantiles retornan una y otra vez en un versificar por momentos áspero, donde predomina el endecasílabo recorrido por una musicalidad extraña en la que vibran ritmos internos y aliteraciones.

Nos hemos referido ya superficialmente a alguno de los motivos esenciales que parecen vertebrar la imagen más visible de su libro inicial. Otros temas suscitados por la memoria se enlazan en los poemas de Le occasioni: en "Punta del Mesco" vuelve a ver el sendero "que un día recorrí como un inquieto perro" y aun desde el último poema, "Noticias desde el Amiata", un aura nostálgica del pasado rodea a quien marcha y no ve "más que este caer de arcos, de sombras y de pliegues"...

Si la evocación es un venero que nutre y da vida a la poesía de sus primeros libros, también los recuerdos alimentan su prosa narrativa, urgido por la necesidad de contar algo a los lectores en su nuevo empleo de redactor en el Corriere della Sera. Esas memorias autobiográficas que convierte a veces en relatos con algo de imaginación en la que campea el típico humor italiano -un humor que, si no oculta defectos, arroja también una mirada benevolente sobre los caracteres humanos-, esas observaciones de muchos años son las que van a constituir su primer libro de prosa titulado Mariposa de Dinard.

Durante los veranos de su infancia, la familia Montale vivía en Monterosso, como se dijo, situado entre Vernazza y la punta del Mesco, al sur de Génova, nombres que aparecen a menudo en la obra del poeta. Se dice que las antiguas costumbres de los pescadores ligures sobreviven allí en un marco de costas semejantes a las de Escocia, accidentadas, salvajes y acogedoras al mismo tiempo, donde las viñas producen un vino fuerte y dulce denominado Sciacchetrˆ.

En prosas de Mariposa de Dinard Montale recuerda algunas villas de gente emigrada a América que regresó con cierto dinero para vivir sus últimos años en el pueblo natal. Una de esas personas es la inolvidable Donna Juanita, que aparece retratada con trazos irónicos, nada esfumados por la niebla del recuerdo. La necesidad de producir para el diario, de entregar una prosa por semana, le obliga a Montale a acudir a su memoria. Y en su memoria aparece esta mujer, llegada con alguno de los emigrados, que se impone por su majestuosa belleza. "Doña Juanita -dice Montale- bajaba a la playa para el baño hacia el mediodía, envuelta en un gran albornoz y protegida por un ancho sombrero de paja con barboquejo. Negra y hermosa, no permitía miradas indiscretas, y cuando se desvestía, en la única cabina existente, quedaba más vestida que antes." La descripción de esta imponente mujer contiene algo de ridículo y patético. Doña Juanita sale ahora con falda, enaguas hasta los tobillos, guantes, zapatos de esparto, anteojos ahumados, y el sombrero ha sido sustituido con un turbante de color oscuro: "todo un instrumental que se hinchaba a flor de agua y hacía de ella no una bañista sino una enorme medusa". Pero este vasto armamento era inútil, porque Doña Juanita no nadaba, se contentaba con deslizarse entre las rocas "flotando con mucha dignidad". Los pasos del regreso eran los mismos, en orden inverso: "Llegada a suelo firme, Juanita dejaba desinflar y gotear su aeróstato, se echaba encima un segundo albornoz antes de que la envoltura pudiese adherirse a una forma humana y modelarla y subía entre guijarros a una puerta cancel teñida de color sangre de buey".

Estos personajes que evoca Montale han llegado de una América hispano-portuguesa que se confunde en un solo país, un país que puede ser la Argentina, el Uruguay, Brasil, Perú, México... Juanita toma mate y lee nuestra antigua revista Caras y Caretas: delante de esas casas paseaban hombres de pelo blanco "que leían La Prensa y que tenían en el comedor los retratos de Porfirio Díaz o del general Belgrano". "Es curioso -dice Montale- pensar que cada uno de nosotros tiene una comarca como ésta, aunque sea diferente, que deberá permanecer como su paisaje, inmutable; es curioso que el orden físico sea tan lento en filtrarse en nosotros y luego tan imposible de borrarse".

Por Horacio Armani

Perfil

Juventud: Eugenio Montale nació en 1896 en Génova. Su padre era un importante empresario. En 1917 es llamado a las filas. En 1925 edita Ossi di seppia y firma el manifiesto de los intelectuales antifascitas redactado por Benedetto Croce. En 1926 se relaciona con Italo Svevo y Saba. En 1939 publica Le occasioni que tiene mucho éxito.

Madurez: a partir de 1945, desarrolla un intenso trabajo periodístico. Publica La bufera e altro y Farfalla de Dinard. Gana el Premio Feltrinelli en 1962 y en 1967 es nombrado senador vitalicio. En 1975 le otorgan el Premio Nobel. Muere en 1981, a los 85 años.

Obras: Hueso de jibia, las ocasiones, La tempestad y otros poemas, Satura, Diario Póstumo. 66 poemas y otros, Mariposa de Dinard, Auto de fe, Fuera de casa.