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En el limite
(1)

El inicio del viaje que puedo referir fue precedido de un feo accidente. Había dejado la casa de unos amigos, en la vía delle Carra, y después de pocos pasos había logrado encontrar un taxi con el cual esperaba llegar a la plaza Beccaria. El automóvil atravesaba il Prato (2) cuando en el cruce con una vía recta vi dirigirse hacia nosotros un Chevrolet verde. Había tiempo para frenar, si los choferes hubiesen tenido un poco de buen sentido. Pero ninguno de los dos se decide, ambos obstinados en su presunto derecho de "preferencia" (3). La distancia entre los dos carros se acortaba. "El acostumbrado estúpido accidente" me dije cerrando los ojos. Después de un tiempecillo que parecía eterno, siguió un choque violentísimo y fui remecido como una tómbola (4) dentro de la negra cabina de la máquina. Luego me sentí distendido sobre el techo del auto, que estaba evidentemente volcado. Un vidrio roto filtraba la luz y llegaban las voces de la muchedumbre reunida. Los dos automovilistas litigaban entre ellos, los que intervenían tomaban partido por uno o por otro y parecía que nadie se ocuparía de mí. "Pero aquí dentro hay un hombre" dijo, al fin, un piadoso, y alguien probó abrir la puerta que me servía de apoyo, de la cual rodé inmediatamente sobre la calle para alzarme enseguida. En este punto, la divergencia entre los conductores tocó el diapasón de los juramentos y yo tuve el tiempo para desempolvarme a medias la ropa, de tocarme para sentir si estaba vivo y de saltar sobre un tranvía que pasaba a poca distancia. El tranvía estaba semivacío, todos habían bajado en la Puerta, incluso el billetero, para fumar; sin embargo el vehículo volvió a partir bastante veloz, sin él, y después de pocos minutos me di cuenta que había llegado a la periferia de la ciudad, en un sentido perfectamente contrario al destino que esperaba tocar. Llegados a un cobertizo de madera, "aquí termina la carrera" me dice el conductor invitándome a bajar. Un instante después el tranvía parte vacío y yo permanezco solo bajo el cobertizo. Era primavera, pero ya hacía calor. Deberían ser las seis de la tarde, a juzgar por la luz. Extraño, habría supuesto que era mucho más tarde. Me palpé para buscar el reloj, cuando de una callejuela secundaria vi avanzar una calesita tirada por un asnillo sardo y guiada por un joven en pijama que llevaba en la cabeza un gorro alpino, pero sin plumas. Junto al joven estaba bellamente sentado un perrito rojizo, de raza inciertísima, que ladró largamente hacia mí.
Un giro del freno, una tirada de riendas y la calesa se detuvo. El perro se me fue encima festivo, levantado sobre sus patas, delirante, jadeando, y el joven en pijama viene a mi encuentro con las manos tendidas, con una pálida sonrisa. "¿No me reconoces?", me dijo. "Era de imaginárselo, después de tanto tiempo. Soy Nicola".
"¿Nicola? ", dije entredicho. "Nicola... ¿quién?".
"Nicola de apellido, querido mío; el aspirante de los alpinos que dejó contigo el batallón de marcha en Negrar, para subir desde ahí, de voluntario, al Loner y al Corno (5). ¿No recuerdas más? Oh, entiendo, fue un conocimiento de un par de días; pero fue el último para mí. Quizás por esto me ha permanecido impreso. Llegué aquí poco después, golpeado por una espoleta de shrapnell (6). Llovía cada especie de plomo sobre el profundo Leno. ¿Recuerdas? Pero tú estabas en otro batallón y tal vez ni siquiera supiste... "
"Cierto, Nicola... ya... me recuerdo perfectamente" dije estupefacto. "Ha sido muy gentil de tu parte. Una espoleta, seguro... Lo leí en la orden del día de la división. Nicola... ¡mira a quién vuelve a verse!"
"Y no llego solo, ¿sabes?. He venido con Galiffa, el perro que preferías de niño, y con Pinocchietto, el burrito de Vittoria Apuana, al cual siempre le dabas azúcar. ¿En buena compañía, no?" y tuvo una risa que me hizo temblar.
"Galiffa... Pinocchietto...", dije vacilando. "Pero tú, disculpa, ¿qué sabías de eso? ¿No has... caído aquí... por tu cuenta?"
El burrito y el perro me lamían las manos dando vivaces signos de reconocimiento. No tenía azúcar y me sentía del todo no preparado para el inesperado encuentro. Nicola sonrió con aires de superioridad y me hizo señas para subir a la calesa.
"Estaba en la oficina de clasificación, en el Límite", continuó, "y cuando he oído tu nombre he hecho correr de inmediato el film de tu vida. Lo había ya repasado otras veces, porque estaba completo y gravado hasta hoy, y por eso habría podido atenderte en perfecto horario. Pero qué quieres, el trabajo es mucho y el personal escasea. Así, te he pillado casi de improviso. Habría podido venir con todos los animales de tu arca privada, Fufi y Gastoncino, Passepoil y Bubù, Buck y la Valentina... No temas, podrás volver a verlos a todos."
"Ah, también la Valentina" dije para mí. (Debía ser la tortuga que entraba a la cocina para regalonear con Buck... ¿hace cuantos años?).
"Mejor si te hubiese llevado incluso a Mimì, en la botella, como la tenía el prestidigitador; pero se hacía tarde y quería recibirte a tu arribo. También la verás a ella. Giovanna está ocupándose de eso".
"Mimì en botella...pero seguro..." (Quizás el cuy (7) que había conocido un siglo antes, en Maloja; pero Giovanna ¿quién era? ¿una bestia o una criatura humana? Tuve un golpe al corazón. ¡Giovanna! ¿Es posible que fuese...ella?)
"Giovanna", confirmó Nicola, encaminando al burrito por unas ricas plantaciones que parecían de ricino. "También ella está en el Límite y encuentra el modo de ocuparse incluso del Zoológico."
"¿Muerta?", arriesgué con los ojos bajos, tambaleando sobre el asiento angosto. Y aspiré un resto de cigarrillo que me pareció extrañamente insípido. "Y...¿está bien?".
"Viva", advirtió secamente; "o mejor, también para ella el guante se ha le ha vuelto al revés; como para mí, como para ti. Di también muerta, si crees."
"Ah" balbuceé. Y la certeza me hizo doblar la cabeza sobre el pecho. Luego, reabrí los ojos y vi que la calesita pasaba al lado de unos pabellones donde largas filas de mujeres hacían la cola en espera. El entorno de la campiña no tenía color y de lejos aparecía un grupo de casas blanquísimas.
"¿Te ha hecho un cierto efecto, eh?", guiñó Nicola, con una alegría que parecía forzada, "lo sé, la primera vez se está todavía pegado a las historias de antes. Es como me sucedía a mí cuando estaba entre los vivos, ¿qué digo?, entre los muertos del Antelímite, del cual tu llegas ahora; soñaba y al despertar recordaba todavía el sueño, también aquella memoria se perdía después. Ahora te sucede lo mismo; aún hay una franja terrestre por adormecer en tu mente, mas es cuestión de poco. Más tarde, cuando Giovanna te haga ver el "registro" de aquella que has llamado tu vida, intentarás reconocerla. Parece que es así hasta la Zona I, la estación donde se llevan a menudo a Jack y Fred, el pintor que te hizo aquel retrato en Spoleto, te recordaras. Después dicen que esta memoria se pierde y se adquiere otra. Para decirte la verdad yo y Giovanna habremos ya podido llegar a la nueva destinación; creo que en el Centro nos hemos reconocido en grado suficiente, ¿pero qué quieres?, en el Límite podemos ser muy útiles y Giovanna está preciosa como intérprete. Siempre ha tenido una bosse (8) destacadísima para las lenguas, y te aseguro que aquí hay una gran necesidad. Cierto, en la Zona II tendrá ella mucho por hacer en el instituto de las entelequias superiores, donde comienza el proceso de desmaterialización. Pero las noticias que nos llegan de allá no son demasiado alentadoras; parece que la matriculación allí es más rigurosa y que es difícil encontrar alojo. Tu padre había prometido hacerse ver allá, pero por ahora... Y así hemos preferido prolongar nuestra antecámara en el Límite."
Mientras hablaba, Nicola continuaba azotando mecánicamente al asnillo, y el país, alto y apartado, en escalas y grados, se perfilaba más cercano. Los árboles de la campiña eran bajos y uniformes y el sol parecía detenido sobre el horizonte. Arrojé a la tierra el resto que se había apagado.
"¿Y también yo?", dije sudando, "¿deberé quedarme con vosotros?".
"Se entiende, por algún tiempo al menos. Dependerá de Fred, sin embargo. Pobre Fred, sabes que estaba muy celoso de ti. En el fondo no es un mal muchacho, pero es poco utilizable en esta vida. Por otra sabrás cómo ha venido, después de una pelea con algunos borrachos. ¡Pero cómo se acordaba de Giovanna! Cuando en el film la vimos encerrada en el vagón blindado (9), ella y Jack, gritó como un loco. Quería estar el solo para recibirlos. Fue tu conocimiento lo que me procuró la amistad de ellos. Se sentirán mal por no haber venido a acogerte. ¿Qué quieres? Son los privilegios de quien está en la oficina de arribos y puede controlar millares de filmes individuales. Esta tarde, si crees, podremos echar a correr una parte del tuyo. Escogeremos alguna escena innocua, que no de sombra... a Fred. Yo por mí soporto todo; he llegado último entre vosotros, aunque aquí soy el más anciano. Y Jack es así de bueno... así de tolerante."
Me encorvé sobre el asiento. Galiffa me lamía afectuosamente las manos y el asnillo agitaba las largas orejas bajo los latigazos. Luego: "Nicola", logré proferir. La calesa viró para embocar un camino de árboles que parecían castaños de la India, al fondo del cual algunas casas de un candor inmaculado cerraban la vista de la campiña.
"Dime", dijo Nicola, y chasqueó la fusta en el aire, alegremente.
"¿No se podría postergar este asunto? ¿este encuentro, digo? Quizás me entiendas, para mí era una partida cerrada. Me he esforzado tantos años para desviar mi pensamiento de estos... amigos, he creído enloquecer por este esfuerzo y el destino me había incluso ahorrado la noticia del vagón blindado. Y ahora tú... No, no, es demasiado, es demasiado... Yo quería que existiese algo terminado en mi vida, ¿entiendes?, algo que fuese eterno a fuerza de estar terminado. No puedo recomenzar, Nicola, no puedo, llévame donde mi madre... si está."
"Podrás comunicarte con la Zona III más tarde. Sus últimas noticias eran buenas. Pero allá la memoria está muy reducida, debo informarte. Quédate con nosotros por algún decenio, te habituaras: ¿ves como he permanecido de joven?".
Pinocchietto se detuvo delante de un edificio donde una ventana abierta de la planta baja dejaba oír el repiqueteo de una noiseless (10) portátil. Nicola saltó a fuera y me puso la mano. Galiffa dormía entre mis brazos, feliz.
"Es ella que trabaja horas extras", me susurró. "¡Ven!, ten coraje, no ha cambiado. Era bastante cómodo olvidar. Recomienza a vivir como nosotros... llegados antes de ti. "



1 Traducción de Ignacio De Ferari.
2 Significa el Prado. La cursiva es de la traducción. (N. del T.)
3 El texto ocupa la palabra 'precedenza', es decir, precedencia. Se optó por preferencia, pues es la expresión equivalente en la cultura automovilista latinoamericana. (N. del T.)
4 La palabra italiana es 'bussolotto', caja que se utiliza como buzón de los billetes (entradas) que se cortan antes de ingresar a teatros y cines, también sirve de depósito de las papeletas en una rifa o sorteo. (N. del T.)
5 El Loner y el Corno son dos montañas de los Alpes italianos. (N. del T.)
6 Shrapnell, nombre de una bomba manual utilizada por los ejércitos alemanes durante la guerra. (N. del T.)
7 La palabra italiana 'cavia', caboya (americanismo) o cuy, también se utiliza figurativamente para expresar la idea de conejillo de indias. (N. del T.)
8 En francés, en el original; quien tiene un talento o disposición especial para hacer algo. (N. del T.)
9 Utilizado durante la II Guerra Mundial, para transportar prisioneros judíos a los campos de concentración. (N. del T.)
10 Noiseless en el original; voz inglesa, significa: 'sin ruido, insonoro, que no tiene ruido'. Esta locución se usa para denominar comúnmente una serie de artefactos que se caracterizan, precisamente, por no emitir ruidos, como las máquinas de escribir silenciosas, por ejemplo. (N. del T.)